lunes, 12 de septiembre de 2016

Bautismo de parapente cerca de Madrid

No hace falta estar en el fin del mundo para sentirse un explorador. A mí muchas veces me basta coger el coche, la bici o simplemente ir a pie para perderme en algún sitio increíble que esté cerca de donde vivo. Tengo muchos ejemplos de ello, por eso hoy quiero inaugurar esta sección de “Excursiones” en la que descubriremos sitios con encanto en la Comunidad de Madrid y alrededores.

La historia de hoy comenzó unos días antes del San Valentín de 2016. Bandeja de entrada de mi correo: Patricia, alguien para el que eres muy especial te acaba de hacer un regalo. Remitente: yumping.com de parte de la media langosta. Mensaje: Bautismo de vuelo en parapente Alarilla 15 minutos.

Preparada para despegar en 3, 2, 1,...

Yes. Hacía mucho tiempo que deseaba hacer parapente. Lo había visto en varias ocasiones y me había documentado en Internet. Tenía claro que, si quería volar, debía ser haciendo este deporte porque evita algo que no me gusta de otros deportes de este estilo como la caída libre y el puenting: la sensación de tirarte al vacío.

Creo que aún no estoy lista para tirarme a la nada sin más. Y eso es lo bueno del parapente. Te permite despegar estando debajo la montaña de la que sales y esa sensación me gusta y tranquiliza bastante más.

Elegir el día idóneo


Entre unas cosas y otras, no disfruté de mi regalito hasta el mes de mayo. En principio iba a ser el fin de semana del puente que tenemos los madrileños el 1 y 2 pero finalmente fue a finales, el día 21 de mayo.

Cuando llamé a Madparapente, que es la empresa que gestionaba mi bautismo, me indicaron que los vuelos se programan con tan solo un par de días de antelación, ya que ellos tienen que cerciorarse de que las condiciones meteorológicas son las óptimas para practicar este deporte.

Yo me puse en contacto con ellos el día 18 de mayo y acordamos hablar el viernes 20 de mayo para confirmar el vuelo. El día 20, Alberto, que es la persona que coordinó conmigo la actividad, me comentó que se preveía poco viento el sábado 21 de mayo pero que, a partir de media mañana parecía que habría posibilidades de pasar un rato entretenido en el aire.

Qué necesito para hacer el vuelo


En cuanto a la equipación necesaria, Alberto me recomendó llevar una manga larga encima de la manga corta, ropa cómoda con la que puedas moverte sin dificultad, zapatillas de deporte, gafas de sol y unos guantes (yo usé los que tengo para montar en bici). Además, es necesario llevar protección solar porque a pesar del viento, en la montaña aprieta el sol y corremos el riesgo de sufrir quemaduras si no nos protegemos bien (en su web podréis encontrar algunas recomendaciones).


Desplegando la vela

Dónde hice el bautismo de vuelo


Con todas estas directrices y sin experiencia previa, quedé con Alberto el sábado, 21 de mayo, a las 10 de la mañana en La Muela, que es un cerro de unos 250 metros de desnivel, situado en Alarilla, un pequeño pueblo de la provincia de Guadalajara, a una hora y media aproximadamente desde Madrid.
El sábado por la mañana llegamos hasta allí (la media langosta me acompañaba aunque él no quiso probar la experiencia) siguiendo las instrucciones del GPS, primero por la A-2 y luego por varias carreteras secundarias hasta que llegamos al pueblo. Una vez en Alarilla, hay varias señales que te indican el camino hasta La Muela, donde hay una carreterita empinada y asfaltada que lleva hasta la cima del cerro.

Preparando el vuelo


Llegamos prontito y allí nos recibieron Alberto y todo su equipo. Ese día tenían programados otros tres vuelos. El monitor que me asignaron fue Javi, con el que en todo momento fui muy a gusto por la confianza que transmitía, por los años de experiencia y por lo bien que me explicó todo el tinglado. Tuvimos que esperar un buen rato hasta que las condiciones de viento fueron más o menos idóneas.

Preparando el equipo

He de reconocer que antes del despegue estaba algo nerviosa, sobre todo, cuando me asomé un poquito para ver la altura de la montaña. Para la gente que practica este deporte, la altura de La Muela es moderada pero a mí, que era mi primera vez, me impresionaba un poco. Por otro lado, las vistas del río Henares y los campos de cultivo me resultaban tranquilizadoras.

Como era la primera en volar, me prepararon todo el equipo, que iba enganchado al monitor y a la vela. Hay velas de todo tipo y condiciones y, como en todos los deportes, dependiendo del precio del material, la experiencia puede variar muchísimo. Vi materiales de muchas clases y, aunque no entiendo mucho, sí que se aprecian algunas diferencias. Yo iba a hacer parapente en biplaza, que quiere decir que íbamos a volar en pareja, “el autobús”, como decía mi monitor.

Por cierto, que mi pack de vuelo no incluía la grabación de la experiencia pero allí en el momento me dieron la opción de grabar con una GoPro por tan solo 20 euros más. Desde luego, mereció la pena pagar ese dinero. Además, la calidad de la imagen es muy buena.

Las instrucciones antes de despegar era que teníamos que ir corriendo hacia el borde de la montaña y, una vez que hubiéramos dejado la montaña atrás, yo tenía que pasar los brazos por una de las partes de la mochila para quedarme en posición de sentada. Para aterrizar, debería volver a sacar los brazos y quedar de pie y empezar a mover los pies para que, al contacto con el suelo, pudiera quedarme de pie, no sentarme o caerme de lado.

Bautismo de vuelo


Cuando tuvimos todo el material listo y el viento parecía acompañarnos, comenzamos la maniobra de despegue; corre, corre, corre, corre, borde de la montaña, los pies despegan antes de dejar el suelo, gritito de impresión… y ya estás volando suavemente. Meto los brazos por la mochila, me siento, coloco la cámara y a disfrutar. El monitor me iba guiando cuando era necesario y él llevaba colocado un aparato que emitía pitidos extraños para las cuestiones más técnicas.


¿Qué se siente cuando vuelas? Libertad. Ni más ni menos. No sentí miedo en ningún momento, solo ese gusanillo en el estómago de estar haciendo algo nuevo. Dimos varias vueltas, disfrutamos del paisaje y de la altura pero la corriente de aire no era la mejor y fuimos bajando progresivamente hacia el pie del cerro.

Llegó el momento de aterrizar e intenté recordar lo que me había explicado Javi. Plegar la cámara, sacar los brazos, mover los pies como queriendo correr para cuando tomara contacto con el suelo de nuevo… Pero aterricé de culo. No me hice ningún daño pero no es la forma correcta de aterrizar. Me cachis.

Gritito de impresión

Lo bueno es que Alberto me ofreció volver a hacer otro vuelo, ya que este había sido muy corto, apenas 5 minutos, debido al viento. Una vez superado el respeto inicial, la verdad es que sí que tenía ganas de volver a volar. Y así lo hicimos. Esperamos a que aterrizaran otros compañeros, montamos en la furgoneta y vuelta a la montaña.

Segundo intento


Esperamos de nuevo a que hubiera mejores condiciones para no hacer otro “piscinazo”. Cuando el monitor me indicó, de nuevo me coloqué el equipo y me preparé para el despegue. Esta vez el viento era más fuerte y el tema del corre, corre, corre fue más un corre, salta hacia a un lado, corre, salto hacia un lado… el viento me llevaba, pero al llegar al borde de la montaña, pies en el aire y volando…



Y esta vez sí. En esta ocasión, disfrutamos mucho más del viento y cogimos más altura que la vez anterior. El vuelo fue suave pero se notaba más la intensidad en cada uno de los movimientos. Vimos el mismo paisaje desde más alto y me dio un escalofrío al sobrepasar la parte de la montaña que quedaba más a la derecha, por lo impactante de las vistas.

Este vuelo fue algo más largo pero al cabo de un rato comenzamos a descender como la primera vez. En esta ocasión quería hacerlo bien en el aterrizaje y puse mucho de mi parte para caer de pie. Y ¡lo conseguí! Preciosa experiencia.

Disfrutando en el aire

Pasión por el vuelo


Volvimos a subir a la montaña, donde me esperaba la media langosta enfundada en su gorra pero con la pantorrilla ya quemada de tanto como azota el sol en esa altura a pesar de que nos habíamos puesto crema para el sol.

Aún así, nos quedamos un rato más disfrutando de la pasión que sienten muchos por el gusanillo que provoca volar. Había parapentes pero también gente volando aviones pequeños, vuelos con paramotor y, lo que más me impresionó sin lugar a dudas, ala deltas.

Es impresionante ver cómo despega el ala delta. A pesar del peligro que entraña este tipo de vuelo, la sensación, la intensidad y la magia de este deporte llega a quienes incluso, como yo, no entendemos nada de nada, solo lo que nos alcanza la vista y la sensibilidad. Mereció la pena toda la mañana y quedarse ese rato más para ver a todos aquellos que sienten pasión por el vuelo, fue alucinante.

Si aún te debates sobre si practicar parapente, supongo que lo mejor es que consultes con un profesional en el tema. Si ya tienes la duda es que quizá quieras probarlo,... ¡Qué lo disfrutes!

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