Con los nervios y la ilusión del viaje, la mañana del miércoles
me desperté muy pronto. Me aseé y eran como las 8 y media de la mañana cuando
bajamos a desayunar. Como el día anterior, el anfitrión de la preciosa casa Le Petit Matin nos
preguntó qué deseábamos desayunar y nos sentamos a la mesa. En esta ocasión
tampoco tuvimos oportunidad de hablar demasiado con los huéspedes pero sí que
mantuvimos una fluida conversación en inglés con el propietario acerca de los
viajes, nuestro itinerario y su visita a Thailandia del año anterior.
Vistas de la Catedral de Bayeux |
Me sorprendí a mí misma porque los días anteriores me había
costado horrores entender lo que me decían. Es cierto que el dueño de Le PetitMatin, aun teniendo un marcado acento francés, se esforzó mucho por hablar con
una dicción más marcadamente inglesa. También es verdad que después de un par
de días escuchando “franglés” mi oído se había hecho más fino y mi inglés se
iba desoxidando.
Tras degustar el magnífico desayuno, que incluía los
característicos croissants franceses recién hechos, mermeladas caseras, panes
exquisitos,… nuestro anfitrión nos señaló en un mapa algunas zonas interesantes
de Bayeux, entre ellos, la catedral y el tapiz (cosa por la que este lugar es
muy famoso) pero nosotros continuamos con nuestro recorrido por las huellas de
la IIGM.
Cementerio británico de guerra de Bayeux |
En concreto, fuimos a visitar la zona en la que se instaló
el Cementerio británico tras el Desembarco de Normandía. De nuevo nos
encontramos con un espacio abierto alrededor de mucha naturaleza y con un
importante número de lápidas correctamente alineadas (ya no eran cruces, como
habíamos visto el día anterior en el cementerio americano).
Lápidas alineadas en el Cementerio británico de Bayeux |
En Bayeux pudimos comprobar lo bien cuidadas que tienen las
zonas ajardinadas (en consonancia con el resto de la ciudad). El cementerio
estaba recién regado y destacaban entre tantas lápidas blancas las flores de
color rosa y unas pequeñas cruces de madera que los visitantes ofrecen, en la
mayor parte de las ocasiones con alguna frase, a los caídos en el Desembarco.
Lo que más me llamó la atención fueron las lápidas a los soldados desconocidos.
Y no debo de ser la única porque eran las que más crucecitas tenían a sus pies.
Un soldado de la guerra 1939-1946. Conocido por Dios |
Tras visitar el cementerio, echamos un vistazo a una serie
de tanques y otros homenajes que había en los alrededores. Al cabo de un rato,
tuvimos que volver a por nuestro coche (por cierto, que casi dejo media puerta
pegada en un bordillo muy alto, jeje) para irnos hasta el Pointe du Hoc, cerca
de la Playa de Omaha. Al montar en el coche, notamos que había arrancado medio
raro y nos quedamos algo preocupados. Hicimos parada técnica en un E-Leclerc
para comprar víveres y algo de hielo para conservar las cosas en la nevera
aunque no había ni ahí, ni en una gasolinera cercana.
Durante el trayecto hasta Pointe du Hoc, barajamos que el
ruido que habíamos notado en el coche al arrancar quizá podía ser la batería o
alternador, que estaba dando problemas, pero decidimos esperar a ver qué pasaba
en la siguiente parada.
Pointe du Hoc
Pointe du Hoc es un enclave estratégico en la batalla en Normandía. Está situado cerca
del mar y, según la historia, los Rangers, un cuerpo de élite del ejército
estadounidense, escalaron hasta la cima utilizando cuerdas bajo el fuego de las
fuerzas alemanas hasta conquistarla. Todavía se conservan los búnkers y hay
múltiples hoyos en el suelo como consecuencia de los bombardeos.
Búnkers en Pointe du Hoc, con la playa al fondo |
Llegamos al sitio a través de unas carreteras bastante
estrechitas y pasamos por aldeas pequeñas súper chulas. Como todo en esa zona,
el Pointe du Hoc, además de ser un sitio solemne por lo que representa, está muy preparado para los turistas y para conocer la historia (de forma
gratuita). Allí nos esperaba un parking muy bien indicado, así que aparcamos
aunque un poco moscas por lo que nos había pasado antes y disfrutamos de
aquella visita.
Marcas de munición en las paredes de un búnker |
Al entrar se pueden ver muchas hondonadas en el suelo.
Primero pensábamos que eran resguardos para los soldados pero luego nos dimos
cuenta de que eran pepinazos que habían dejado el suelo de
aquella manera. Además, había tres búnkers conservados en los que pudimos entrar
y comprobar que eran idóneos para vigilar la llegada de barcos por mar. También
vimos muchas marcas de balas en las paredes e inscripciones haciendo referencia
a los Rangers.
Búnkers en Pointe du Hoc vigilando el mar |
Por cierto que había bastante gente y, como venía siendo
costumbre, el español era un idioma bastante popular (mejicanos, españoles,
etc.).
Problemas con el coche
De vuelta al coche, la media langosta sacó un aparato
bastante viejuno que permite comprobar el estado de la batería y el alternador,
por si hubiera sido ese el problema. Arrancamos el coche e hizo un ruido súper
feo pero, al conectar el aparato al enchufe del mechero, nos indicó que todo
estaba correcto.
Nuestro próximo destino iba a ser el Cementerio alemán de La
Cambe, relativamente cerca del Pointe du Hoc, pero el problemilla del coche puso
a la media langosta en alerta y no quiso parar. El problema que se olía es que al apagar el coche no volviera a funcionar
porque aquello parecía: batería o alternador estropeados a pesar del aparato;
bomba de gasoil tocada; o motor de arranque hundido por unos problemas de
filtraciones de agua que acarrea el coche desde que lo compramos.
O sea, que si parábamos, nos podíamos quedar tirados en el
cementerio alemán de La Cambe y tendríamos que llamar a la grúa desde allí. A
mí este plan no me convencía, así que lo más sensato, y debido a que esta era
nuestra última parada en Francia, era continuar hasta Brujas sin parar el
motor. Por suerte, teníamos el depósito hasta arriba del día anterior. Y este
pasó a ser nuestro plan de viaje.
Rumbo a Brujas
Programé el GPS rumbo a Brujas. La primera parte del viaje la pasamos repasando los posibles fallos que podían tener el coche tras ese arranque tan chungo. Incluso barajamos que el depósito del gasoil, al estar literalmente hasta arriba, estuviera dando problemas a la hora de bombear el gasoil.
Al llegar a Rouen y pasar por el puente de Normandía, nos
relajamos y seguimos disfrutando del viaje, ya que esta infraestructura es
simplemente espectacular. No lo menciono mucho pero sabed que cada dos por tres
teníamos que recoger tique de peaje y al final gastamos en este
concepto 222,70 euros. Para pasar el puente de Normandía hay que pagar un peaje
específico que cuesta alrededor de 5,20 euros, aunque merece la pena. La vista
es increíble.
El puente de Normandía |
Desde aquí hasta casi Brujas estuvo lloviendo continuamente
y el máximo de velocidad fueron 110 kilómetros por hora. Paramos en una
gasolinera turnándonos para visitar el baño y no apagar el motor del coche por si las
moscas.
Continuamos, y a unos 100 kilómetros de la frontera con
Bélgica hicimos otra parada para comer un bocata con los víveres que habíamos
comprado en Bayeux. De nuevo lo
hicimos sin apagar el motor aunque estuvimos tentados. Y menos mal porque
esperar a la grúa en esa gasolinera con
lo que llovía, hubiera sido bastante incómodo.
Llegando por Calais vimos el acceso al Canal de La Mancha
para pasar a Reino Unido y se notó un incremento del tráfico de camiones y
también de coches y caravanas británicas. El viaje hasta llegar a Brujas la
verdad es que es el que más largo se me hizo, en parte porque estábamos muy
pendientes de lo que podía pasar al apagar el coche. Sin embargo, repasamos las
opciones del seguro que tenemos, que está a todo riesgo y,
efectivamente, entra la asistencia en viaje en el extranjero y con bastantes
buenas condiciones, por cierto, tanto para los pasajeros como para el vehículo,
así que la preocupación, al menos por mi parte, tampoco era excesiva.
¡Llegamos a Bélgica!
Y, después de muchos kilómetros de carretera que se me
hicieron eternos, por fin pasamos la frontera y entramos en Bélgica y ya solo
nos quedaba una hora para llegar a Brujas. Por fin estuvimos ahí en torno a las
5 y media de la tarde. Aparcamos en la puerta del B&B que llevábamos reservado,
el B&B Antares, apagamos el motor y entramos en la casa.
La anfitriona, Ann, nos recibió con una estupenda sonrisa
que no perdió en los días que estuvimos allí. En inglés nos explicó cómo podíamos llegar al centro de Brujas, ya
que el B&B no estaba céntrico sino en un barrio a las afueras conocido
como Sint Andries, nos recomendó sitios
para cenar y nos enseñó la habitación. La nuestra era la habitación verde, muy
amplia y moderna, con capacidad de hasta cuatro personas.
Por cierto que en este punto me di cuenta lo que había
mejorado en solo tres días en comprensión y expresión en inglés. Además, a los
belgas, por lo que sea, se les entiende perfectamente y me quedé encantada.
Nos quedamos tirados con el coche
Cuando nos acomodamos, nos picaba la curiosidad acerca del
coche. ¿Arrancaría o sería solo una paranoia nuestra? Bajamos a ver y… ¡no arrancaba! Efectivamente, la intuición de la media langosta no
había fallado. Al coche le pasaba algo. En ese momento me
tocó tener la mente fría. Calma, llamemos a la Mutua Madrileña.
Llevaba el número en el móvil, porque nunca se sabe, marqué y, tras explicar el
caso, me pasaron con el departamento de internacional. Un chico muy amable me
atendió y tomó todos los datos y me informó de que me iban a mandar una grúa
para comprobar que no fuera algo que se podía arreglar in situ. Unos minutos
más tarde, el delegado en Bélgica de la Mutua Madrileña me llamó (por cierto
que era un gusto porque el señor hablaba castellano) para indicarme que en
media hora tendría una grúa en la dirección que le había dado. Y diez minutos
antes de llegar, el chico de la grúa me avisó (en inglés) de que venía de
camino. Un gusto de atención, vaya.
Los anfitriones del B&B Antares dudaban acerca de si la persona
que enviaban sabría hablar inglés, ya que en esa zona de Bélgica, conocida como
Flandes, se habla principalmente flamenco, pero no hubo ningún problema. El
chico hablaba inglés muy bien y nos entendimos a la perfección (la mímica en
estos casos también ayuda).
Lo primero que nos hizo fue girar el contacto y, solo con
eso, nos dijo que lo más probable es que fuera la batería. Así que sacó las
pinzas, las colocó, volvió a dar al contacto y… ¡el coche funciona! Comprobó el
alternador porque la media langosta tenía dudas pero parecía que no, que el
problema estaba en la batería.
Nos dijo que podía ser que al día siguiente pudiéramos arrancar
el coche con la carga que tenía pero que, si no, volviéramos a llamar a la
aseguradora y que volvería a ponernos las pinzas de nuevo para arrancar. Le
dimos las gracias, firmamos el papel y ya más tranquilos buscamos un sitio para
comprar algo de cenar.
Finiquitando el día
A pesar de que estábamos súper cansados, dimos una vuelta
por el barrio, que no es más que un barrio residencial pero bastante bien
cuidado, y llegamos a un sitio que se llamaba Carlos Fritur, donde había todo
tipo de comida frita y las tan famosas patatas fritas belgas. Dos hamburguesas
y una de patatas para llevar. El chico que nos atendió fue súper amable, nos
invitó al queso de las hamburguesas y, mientras preparaba la comida nos
preguntó de dónde éramos y llegamos a hablar de sus vacaciones: había estado
unas semanas antes nada menos que ¡en Botsuana! Nos confesó que le gustaba
mucho la naturaleza y que hacía continuamente ese tipo de viajes. Le
recomendamos que visitara la zona norte de España y volvimos al B&B Antares deshaciendo nuestros pasos.
De camino, nos llamó desde España la persona de la Mutua Madrileña que
nos había atendido y le comentamos que todo estaba OK. Arrancamos otra vez el
coche para ver si funcionaba y sí, arrancó. Craso error del que nos dimos
cuenta al día siguiente. Perdimos nuestra última baza y el jueves por la mañana
nos tocó esperar otra vez a la grúa antes de ir al taller.
Por fin en la habitación, ropa cómoda y comida. Un poco de
televisión para enterarnos de las cosas (había canales internacionales y
pudimos sintonizar La 1 –también emitían la final de Masterchef, a la que
estaba totalmente enganchada-), contacto
con los familiares sin contarles nuestra odisea con el coche para no
preocupar, envío de fotos, apertura de cama, y a dormir hasta el día siguiente.
Pero, ¿en este país cuándo se hace de noche? Las 11. Cierre de pestañas. Hasta
mañana.
¿Te ha gustado nuestra experiencia de viaje? No te pierdas el reto de nuestra aventura.
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