jueves, 11 de agosto de 2016

Viajar a Bélgica en coche. Etapa 3: Bayeux-Brujas

Con los nervios y la ilusión del viaje, la mañana del miércoles me desperté muy pronto. Me aseé y eran como las 8 y media de la mañana cuando bajamos a desayunar. Como el día anterior, el anfitrión de la preciosa casa Le Petit Matin nos preguntó qué deseábamos desayunar y nos sentamos a la mesa. En esta ocasión tampoco tuvimos oportunidad de hablar demasiado con los huéspedes pero sí que mantuvimos una fluida conversación en inglés con el propietario acerca de los viajes, nuestro itinerario y su visita a Thailandia del año anterior.

Vistas de la Catedral de Bayeux 
Me sorprendí a mí misma porque los días anteriores me había costado horrores entender lo que me decían. Es cierto que el dueño de Le PetitMatin, aun teniendo un marcado acento francés, se esforzó mucho por hablar con una dicción más marcadamente inglesa. También es verdad que después de un par de días escuchando “franglés” mi oído se había hecho más fino y mi inglés se iba desoxidando.

Tras degustar el magnífico desayuno, que incluía los característicos croissants franceses recién hechos, mermeladas caseras, panes exquisitos,… nuestro anfitrión nos señaló en un mapa algunas zonas interesantes de Bayeux, entre ellos, la catedral y el tapiz (cosa por la que este lugar es muy famoso) pero nosotros continuamos con nuestro recorrido por las huellas de la IIGM.

Cementerio británico de guerra de Bayeux
En concreto, fuimos a visitar la zona en la que se instaló el Cementerio británico tras el Desembarco de Normandía. De nuevo nos encontramos con un espacio abierto alrededor de mucha naturaleza y con un importante número de lápidas correctamente alineadas (ya no eran cruces, como habíamos visto el día anterior en el cementerio americano).

Lápidas alineadas en el Cementerio británico de Bayeux

En Bayeux pudimos comprobar lo bien cuidadas que tienen las zonas ajardinadas (en consonancia con el resto de la ciudad). El cementerio estaba recién regado y destacaban entre tantas lápidas blancas las flores de color rosa y unas pequeñas cruces de madera que los visitantes ofrecen, en la mayor parte de las ocasiones con alguna frase, a los caídos en el Desembarco. Lo que más me llamó la atención fueron las lápidas a los soldados desconocidos. Y no debo de ser la única porque eran las que más crucecitas tenían a sus pies.

Un soldado de la guerra 1939-1946. Conocido por Dios
Tras visitar el cementerio, echamos un vistazo a una serie de tanques y otros homenajes que había en los alrededores. Al cabo de un rato, tuvimos que volver a por nuestro coche (por cierto, que casi dejo media puerta pegada en un bordillo muy alto, jeje) para irnos hasta el Pointe du Hoc, cerca de la Playa de Omaha. Al montar en el coche, notamos que había arrancado medio raro y nos quedamos algo preocupados. Hicimos parada técnica en un E-Leclerc para comprar víveres y algo de hielo para conservar las cosas en la nevera aunque no había ni ahí, ni en una gasolinera cercana.

Durante el trayecto hasta Pointe du Hoc, barajamos que el ruido que habíamos notado en el coche al arrancar quizá podía ser la batería o alternador, que estaba dando problemas, pero decidimos esperar a ver qué pasaba en la siguiente parada.


Pointe du Hoc


Pointe du Hoc es un enclave estratégico en la batalla en Normandía. Está situado cerca del mar y, según la historia, los Rangers, un cuerpo de élite del ejército estadounidense, escalaron hasta la cima utilizando cuerdas bajo el fuego de las fuerzas alemanas hasta conquistarla. Todavía se conservan los búnkers y hay múltiples hoyos en el suelo como consecuencia de los bombardeos.

Búnkers en Pointe du Hoc, con la playa al fondo
Llegamos al sitio a través de unas carreteras bastante estrechitas y pasamos por aldeas pequeñas súper chulas. Como todo en esa zona, el Pointe du Hoc, además de ser un sitio solemne por lo que representa, está muy preparado para los turistas y para conocer la historia (de forma gratuita). Allí nos esperaba un parking muy bien indicado, así que aparcamos aunque un poco moscas por lo que nos había pasado antes y disfrutamos de aquella visita.

Marcas de munición en las paredes de un búnker
Al entrar se pueden ver muchas hondonadas en el suelo. Primero pensábamos que eran resguardos para los soldados pero luego nos dimos cuenta de que eran pepinazos que habían dejado el suelo de aquella manera. Además, había tres búnkers conservados en los que pudimos entrar y comprobar que eran idóneos para vigilar la llegada de barcos por mar. También vimos muchas marcas de balas en las paredes e inscripciones haciendo referencia a los Rangers.

Búnkers en Pointe du Hoc vigilando el mar
Por cierto que había bastante gente y, como venía siendo costumbre, el español era un idioma bastante popular (mejicanos, españoles, etc.).

Problemas con el coche


De vuelta al coche, la media langosta sacó un aparato bastante viejuno que permite comprobar el estado de la batería y el alternador, por si hubiera sido ese el problema. Arrancamos el coche e hizo un ruido súper feo pero, al conectar el aparato al enchufe del mechero, nos indicó que todo estaba correcto.

Nuestro próximo destino iba a ser el Cementerio alemán de La Cambe, relativamente cerca del Pointe du Hoc, pero el problemilla del coche puso a la media langosta en alerta y no quiso parar. El problema que se olía es que al apagar el coche no volviera a funcionar porque aquello parecía: batería o alternador estropeados a pesar del aparato; bomba de gasoil tocada; o motor de arranque hundido por unos problemas de filtraciones de agua que acarrea el coche desde que lo compramos.

O sea, que si parábamos, nos podíamos quedar tirados en el cementerio alemán de La Cambe y tendríamos que llamar a la grúa desde allí. A mí este plan no me convencía, así que lo más sensato, y debido a que esta era nuestra última parada en Francia, era continuar hasta Brujas sin parar el motor. Por suerte, teníamos el depósito hasta arriba del día anterior. Y este pasó  a ser nuestro plan de viaje.

Rumbo a Brujas


Programé el GPS rumbo a Brujas. La primera parte del viaje la pasamos repasando los posibles fallos que podían tener el coche tras ese arranque tan chungo. Incluso barajamos que el depósito del gasoil, al estar literalmente hasta arriba, estuviera dando problemas a la hora de bombear el gasoil.

Al llegar a Rouen y pasar por el puente de Normandía, nos relajamos y seguimos disfrutando del viaje, ya que esta infraestructura es simplemente espectacular. No lo menciono mucho pero sabed que cada dos por tres teníamos que recoger tique de peaje y al final gastamos en este concepto 222,70 euros. Para pasar el puente de Normandía hay que pagar un peaje específico que cuesta alrededor de 5,20 euros, aunque merece la pena. La vista es increíble.

El puente de Normandía
Desde aquí hasta casi Brujas estuvo lloviendo continuamente y el máximo de velocidad fueron 110 kilómetros por hora. Paramos en una gasolinera turnándonos para visitar el baño y no apagar el motor del coche por si las moscas.

Continuamos, y a unos 100 kilómetros de la frontera con Bélgica hicimos otra parada para comer un bocata con los víveres que habíamos comprado en Bayeux. De nuevo lo hicimos sin apagar el motor aunque estuvimos tentados. Y menos mal porque esperar a  la grúa en esa gasolinera con lo que llovía, hubiera sido bastante incómodo.

Llegando por Calais vimos el acceso al Canal de La Mancha para pasar a Reino Unido y se notó un incremento del tráfico de camiones y también de coches y caravanas británicas. El viaje hasta llegar a Brujas la verdad es que es el que más largo se me hizo, en parte porque estábamos muy pendientes de lo que podía pasar al apagar el coche. Sin embargo, repasamos las opciones del seguro que tenemos, que está a todo riesgo y, efectivamente, entra la asistencia en viaje en el extranjero y con bastantes buenas condiciones, por cierto, tanto para los pasajeros como para el vehículo, así que la preocupación, al menos por mi parte, tampoco era excesiva.


¡Llegamos a Bélgica!


Y, después de muchos kilómetros de carretera que se me hicieron eternos, por fin pasamos la frontera y entramos en Bélgica y ya solo nos quedaba una hora para llegar a Brujas. Por fin estuvimos ahí en torno a las 5 y media de la tarde. Aparcamos en la puerta del B&B que llevábamos reservado, el B&B Antares, apagamos el motor y entramos en la casa.

La anfitriona, Ann, nos recibió con una estupenda sonrisa que no perdió en los días que estuvimos allí. En inglés nos explicó cómo podíamos llegar al centro de Brujas, ya que el B&B no estaba céntrico sino en un barrio a las afueras conocido como Sint Andries, nos recomendó sitios para cenar y nos enseñó la habitación. La nuestra era la habitación verde, muy amplia y moderna, con capacidad de hasta cuatro personas.

Por cierto que en este punto me di cuenta lo que había mejorado en solo tres días en comprensión y expresión en inglés. Además, a los belgas, por lo que sea, se les entiende perfectamente y me quedé encantada.

Nos quedamos tirados con el coche


Cuando nos acomodamos, nos picaba la curiosidad acerca del coche. ¿Arrancaría o sería solo una paranoia nuestra? Bajamos a ver y… ¡no arrancaba! Efectivamente, la intuición de la media langosta no había fallado. Al coche le pasaba algo. En ese momento me tocó tener  la mente fría. Calma, llamemos a la Mutua Madrileña. Llevaba el número en el móvil, porque nunca se sabe, marqué y, tras explicar el caso, me pasaron con el departamento de internacional. Un chico muy amable me atendió y tomó todos los datos y me informó de que me iban a mandar una grúa para comprobar que no fuera algo que se podía arreglar in situ. Unos minutos más tarde, el delegado en Bélgica de la Mutua Madrileña me llamó (por cierto que era un gusto porque el señor hablaba castellano) para indicarme que en media hora tendría una grúa en la dirección que le había dado. Y diez minutos antes de llegar, el chico de la grúa me avisó (en inglés) de que venía de camino. Un gusto de atención, vaya.

Los anfitriones del B&B Antares dudaban acerca de si la persona que enviaban sabría hablar inglés, ya que en esa zona de Bélgica, conocida como Flandes, se habla principalmente flamenco, pero no hubo ningún problema. El chico hablaba inglés muy bien y nos entendimos a la perfección (la mímica en estos casos también ayuda).

Lo primero que nos hizo fue girar el contacto y, solo con eso, nos dijo que lo más probable es que fuera la batería. Así que sacó las pinzas, las colocó, volvió a dar al contacto y… ¡el coche funciona! Comprobó el alternador porque la media langosta tenía dudas pero parecía que no, que el problema estaba en la batería.

Nos dijo que podía ser que al día siguiente pudiéramos arrancar el coche con la carga que tenía pero que, si no, volviéramos a llamar a la aseguradora y que volvería a ponernos las pinzas de nuevo para arrancar. Le dimos las gracias, firmamos el papel y ya más tranquilos buscamos un sitio para comprar algo de cenar.

Finiquitando el día


A pesar de que estábamos súper cansados, dimos una vuelta por el barrio, que no es más que un barrio residencial pero bastante bien cuidado, y llegamos a un sitio que se llamaba Carlos Fritur, donde había todo tipo de comida frita y las tan famosas patatas fritas belgas. Dos hamburguesas y una de patatas para llevar. El chico que nos atendió fue súper amable, nos invitó al queso de las hamburguesas y, mientras preparaba la comida nos preguntó de dónde éramos y llegamos a hablar de sus vacaciones: había estado unas semanas antes nada menos que ¡en Botsuana! Nos confesó que le gustaba mucho la naturaleza y que hacía continuamente ese tipo de viajes. Le recomendamos que visitara la zona norte de España y volvimos al B&B Antares deshaciendo nuestros pasos.

De camino, nos llamó desde España la persona de la Mutua Madrileña que nos había atendido y le comentamos que todo estaba OK. Arrancamos otra vez el coche para ver si funcionaba y sí, arrancó. Craso error del que nos dimos cuenta al día siguiente. Perdimos nuestra última baza y el jueves por la mañana nos tocó esperar otra vez a la grúa antes de ir al taller.


Por fin en la habitación, ropa cómoda y comida. Un poco de televisión para enterarnos de las cosas (había canales internacionales y pudimos sintonizar La 1 –también emitían la final de Masterchef, a la que estaba totalmente enganchada-), contacto  con los familiares sin contarles nuestra odisea con el coche para no preocupar, envío de fotos, apertura de cama, y a dormir hasta el día siguiente. Pero, ¿en este país cuándo se hace de noche? Las 11. Cierre de pestañas. Hasta mañana.

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